Mis inicios en el cine (II)
Por Víctor Angel Fernández
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En la entrega anterior, conté como fue el principio de esta aventura para convertirme en cinéfilo empedernido, donde, obviamente los cines de barrio y las limitaciones de bolsillo fueron los “leading roles” de esta premiación.
Rex, Sara, San Carlos (Cosmos), Lux, Roxy, todos con variantes entre 15 centavos y 40 centavos, ya fueran por el lugar para sentarse, balcón o platea o por la condición de adulto o niño.
En un inicio, la mínima prohibición de entrada era de 10 años, o sea, “Prohibido para menores de 10 años”, rezaba el cartelito. Eso significaba que si yo, un poco estirado de tamaño para mi edad, quería ver la película, sabía que me costaba entrar como adulto. Luego fueron “prohibidas para menores de 12” y por último, la máxima escala: “Prohibida para menores de 16 años”. Cartel permanente en la antigua Cinemateca, con independencia de que fueras a ver una película con algunas “escenas pasaditas” o a disfrutar de Charles Chaplin en El Chicuelo o en Tiempos modernos.
Un día, luego de llegar al peso en los ahorros y hasta un poquito más, decidí dar el salto hacia los cines de estreno. En La Habana existían cuatro circuitos:
a.-Payret, Trianón, Ambassador y Alameda
b.-Astral, Lido, Acapulco y Santa Catalina
c.-Infanta, Riviera, Mara y Arenal
d.-América, Los Angeles, Yara y Metropolitan
En las siguientes semanas, según la asistencia de público, las copias se trasladaban al resto de las provincias y a otros circuitos de cines capitalinos.
Todavía recuerdo la entrada a esos realmente grandes cines. Una experiencia diferente en su totalidad. Desde la taquilla y los pasillos de acceso, hasta los asientos. Por primera vez el disfrute de que fueran acolchados.
Si tuviera que citar algunos en ese cambio de precio y categoría cinematográfico, empezaría por La Rampa, ese camino inclinado, alfombrado y en forma de curvas hasta la entrada de la sala propiamente dicha. Luego seguiría el Yara, aunque yo lo conocí como Radiocentro, sin haber podido disfrutar el Cinerama, pero todavía con las tres torres de proyección para aquel formato. En este caso recuerdo tres películas La Gran Olimpiada, sobre los juegos en Roma 1960, con Ivanhoe y El Príncipe valiente, como sumun de las aventuras en mi muy limitado conocimiento del séptimo arte. Para el tercer lugar, ubicaría el Acapulco, por su lobby y entrada y porque, para los provenientes de un barrio marginal, cualquier cosa relacionada con el Nuevo Vedado, ya tenía cierta mística, súmele, además que era el único cine con parqueo, impresionante para mí que llegaba colgado de una 69 o una 79, luego de la transferencia en 26 y 23 desde mis rutas barriales.
Para 1972, siendo ya trabajador, un día teníamos un compañero de labores, cinéfilo reconocido, que nos contaba haber visto casi 400 películas en un año. Sabía que no podía llegar a esa cifra, producto de un tiempo de cine donde cada domingo se exhibían 4 películas, pero comencé el primero de enero de ese año, apuntando todo lo que viera y el 31 de diciembre de 1972, había llegado a la cifra de 200, lo cual estaba lejos del récord, pero me complacía con un buen average.
Luego llegaría la televisión, los videocasetes, las memorias y los discos duros, que nos han alejado a muchos de la sala oscura, pero no olvido mis comienzos.
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