Mis inicios en el cine (I)
Por Víctor Angel Fernández
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(59)

Ni actor, director o personal técnico, mi historia cinéfila comenzó en el Rex de Buenavista. Ubicado en la calle 60-A, entre 25 y 27, era el clásico cine de barrio. No pienso que llegara a las 500 lunetas. Todos conocían al que vendía las entradas y a Angelito, tocayo de mi padre y el único portero del cual fui amigo, hasta que desaparecieron el cine y su personal. Todos esos cines, tenían una característica. La parte de arriba, el “balcony”, valía más que la platea, me imagino que se debía a “medidas de seguridad”. Según me contaba mi hermano, unos años mayor que yo y quien trabajara allí vendiendo caramelos y otras golosinas, mientras recorría una y mil veces los pasillos entre butacas: caramelos, peter y bombones… caramelitos... caramelos, peter y bombones… caramelitos… El decía que el dueño, también lo era del cine Sara, ubicado en 29-B entre 66 y 66-A, tenía un acuerdo con la cadena que distribuía a los grandes cines capitalinos, para aportar dinero y adquirir los últimos éxitos de Hollywood. Un estudio de mercado perfecto. Ellos comprendían que las personas del barrio, pobre como característica, nunca serían visitantes, del Ambassador, el Arenal, el Acapulco u otros grandes cines de Marianao o el Vedado y, por tanto, tampoco serían competidores. Todos viendo películas de estreno y todos felices, incluyendo las cajas contadoras. De esta forma, con cinco o seis años, vi de estreno “Y Dios creó a la mujer”, donde el viejísimo Kurt Jurgens, disfruta visualmente a una Brigitte Bardot que dejaba muy poco a la imaginación, mientras un jovencísimo Jean Luis Tritingnant, sufría sus amores mal correspondidos. Todos los monstruos posibles, los cowboys posibles, los indios posibles y los soldier boys, pasaron por aquella pantalla. Sólo 15 centavos significaban cuatro horas los domingo, con varias películas, muñequitos y asuntos cortos, nombre hasta que llegara el de documentales y noticieros. Siempre con mi hermana, en los intermedios, no teníamos dinero para consumir en la cafetería que atendía “El balcón de Buenvista”, celebérrima fuente de sodas de la zona. Como ya dije, éramos amigos del portero y pedíamos permiso para ir hasta la casa, tomar agua, regresar corriendo y continuar nuestra infantil pasión. En el centro de Buenavista existió, además el cine Buenos Aires, pero desde que yo recuerdo, siempre lo vi en ruinas. También el cine Lux, en 29 entre 56 y 58. Con algo más de “postín”, si se quiere, trataba de imitar más a los grandes cines (él propiamente dicho era pequeño), con cierta diferencia en la entrada, la cafetería y hasta en el lunetario. El ya citado, Sara, estaba dedicado fundamentalmente al cine Mexicano. Todos los días Jorge Negrete, Miguel Aceves Mejías, Pedro Infante o Luis Aguilar, con Cantinflas, TinTan, Clavillazo, Resortes, sin olvidar a la Doña, María Félix, pasaban por su pantalla. Era el único cine de aquel barrio que tenía, lunes y miércoles, “Día de Damas”, o sea, las mujeres y los niños sólo pagaban 10 centavos de los 20 del precio habitual. El número de teléfono de ambos, Rex y Sara era el mismo: 2-6856. Al llamar, podías obtener la programación y las horas de comienzo de las tandas en los dos lugares. De hecho el programa impreso que se regalaba en las calles, tenía por cada lado, la programación de uno de esos cines. Ahora que se habla de la necesaria integración empresarial e industrial y regresando al cine Rex, los comercios cercanos de la zona, tenían cada día, como momento de cierre nocturno, aproximadamente una hora después que terminaba la función correspondiente. De esta forma, el bar de Miguelito, en 60-A y 25, el puesto de fritas que funcionaba en el portal de ese bar, el Balcón de Buenavista, con los mejores batidos y leches malteadas en muchas calles a la redonda y el billar de Angelito, léase mi padre, todos a menos de cien metros del cine y hasta el puesto de apuntaciones de Luis, esperaban por los entusiasmados, hambrientos o sedientos clientes que, pasadas las 11 de la noche, buscaban un lugar intermedio antes de llegar a la casa. Una anécdota para cerrar. Cuando cierta gran película se estrenaba, en aquellos cines se recibía una sola copia. El Rex empezaba primero, ponía un par de rollos y, al terminar, alguien corriendo o en bicicleta, los llevaba al Sara, para que empezara la tanda, media hora después. De ahí en lo adelante, en cada viaje se llevaba lo “nuevo” y se regresaba con lo ya proyectado. Sin grandes aspiraciones históricas, era una especie de chasqui cinematográfico barrial. Mucho más acá, algo parecido se hizo en 1972 cuando se estrenó La Vida sigue igual de Julio Iglesias, para que sus pocas copias disponibles, se vieran en más cines al mismo tiempo.
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