El transporte en mis memorias habaneras (I)
Por Víctor Angel Fernández
ME GUSTA
(13)

La principal razón de este conocimiento sobre el barrio donde me crié y su ampliación hacia el resto de La Habana, está dado por una costumbre extrema que tenía mi madre: Hacer visitas. Sus dos años finales de vida, comenzaron un día, al bajar de una guagua en Alamar y perder en un momento, la memoria de dónde iba o venía. Su gran divertimento, había desaparecido y con él su extrema memoria. Hablo de 86 años y total disposición para, a cualquier hora del día, salir a visitar familiares, vecinos, hijos, nietos o bisnietos, daba igual que fuera en San Antonio de los Baños, en Cojímar o en lo último de Marianao.
Podía ser un domingo en la tarde, o en la noche. Un día entre semana o en cualquier momento, a pie, desde Buenavista hasta la entrada de la Polar o en guagua. De pronto mi madre decía, nos vamos para casa de Carmita o de Queta, dos familiares que vivían en Santa Fe y en el Cerro, respectivamente, aunque también existía la variante de la casa de Carmela, en Guanabacoa, atravesando la bahía en la lanchita, sin olvidar la familia de un hermano de crianza que vivía en el ya citado San Antonio de los Baños.
Los ubico en tiempo para que comprendan. Mis hermanos son casi diez años mayores. Nacieron en 1942, 1943 y 1944. El Estadio Latinoamericano se inauguró en octubre de 1946. No estoy divagando, pero es importante la fecha. De esta forma, cuando todavía se jugaba en el estadio de La Tropical, esos hermanos tenían entre unos y tres años. Mi madre salía el domingo –cuentos que ella hizo— desde Los Pinos, para visitar a su hermana, Tía Cachita, en Buenavista. Al regresar alrededor de las cinco de la tarde, tomaba el tranvía que atravesaba el Crucero de la Playa, subiendo por la calle 44 y allí, en la intersección con la calle 41, la multitud fanática beisbolera, trataba de montarse en aquel transporte.
Ver a una mujer, a esa hora, sin compañía adulta y con tres niños, era llamativo para los que viajaban colgando por fuera del carro. “Señora. ¿Usted no tiene otro día para pasear y hacer visitas?”, según ella, era el menor de los gritos que recibía. No importaba. A la semana siguiente, repetía el trayecto.
La otra forma de paseo, era montarse en una ruta 9, o una 28 o una 64 (incluso cuando todavía era el autobús U-4), en sus recorridos atravesando Buenavista hasta Luyanó, el Parque Central o la Estación Central de Ferrocarriles y con sólo ocho centavos, pues no era obligatorio bajarse al final del recorrido, dos horas después estábamos en la casa, luego de haber paseado y “visto todo” desde la ventanilla de un ómnibus.
De las guaguas que yo conocí en estos “paseos”, sólo la Roja (Marianao-La Copa) y la Verde (Marianao-Playas de Marianao), cobraban 6 centavos. Además, no daban transferencia.
Sitio web:
MENSAJES ANTERIORES: