Los casinos. Juegos de azar en Cuba (Parte tres)
Por Víctor Angel Fernández
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Existe un momento de la segunda parte de la película El Padrino, donde se recrea una famosa reunión que se realizara en el Hotel Nacional de La Habana, allá por mediados de la década del 50. Como parte del ágape, alguien trae un cake donde, sobre su capa de merengue, estaba recreada la isla de Cuba. Se comenzó a cortar el pastel y en ese momento, el actor Lee Strassberg, representando a uno de los jefes que convocara la reunión expresa: no se olviden de dejarme una porción del pastel en la repartición.
Ficción aparte, esa realidad existía en Cuba como parte de la vida cotidiana. En otras de estas entregas sobre el juego de azar se hacía referencia a la Lotería Nacional, si se quiere, la versión “estatal” del juego, después a la bolita, la charada y las vidrieras, digamos la parte más popular y en esta aparecen los casinos, casi exclusivamente vinculados a los sectores más pudientes de la sociedad.
Aunque en las diferentes provincias existieron casinos, no sólo por el nombre que se acompañaba de un grupo social determinado, sino por el objetivo interno de practicar estos juegos de azar, fue La Habana donde se asentaron los mayores y más renombrados representantes de estos negocios.
En un trabajo sobre el tema, el cronista cubano Ciro Bianchi, refiere que era casi imposible que cualquier conocido viajero al visitar la isla, no hiciera referencia al auge de este tipo de “esparcimiento” en el país.
Los juegos de azar en Cuba, con momentos de ilegalidades abiertas o legalidades en las zonas grises, lograron que la Ley del Turismo del 8 de Agosto de 1919, propiciara alguna variante sobre la legitimidad para sostenerlos, donde incluso se realizaron inversiones que superaban las seis cifras de dinero de la época.
Todos los grandes hoteles de la capital, tenían sus casinos, además de restaurantes y cabarets, donde se destacaban el Salón Rojo del Capri, el Hotel Havana Riviera y el Havana Hilton, así como el roof garden del Sevilla, sumados al Montmatre, Tropicana o el Sans Souci, donde no sólo se ofrecían esas variantes de juegos, sino que sentaron cátedra como parte de grandes espectáculos musicales y danzarios de diferentes épocas, abrillantados por casi todo lo que valía y relumbraba en el mundo del espectáculo cubano e internacional, pues, al decir de la época y por la cantidad de dinero que corría en todas las mesas de esos lugares, La Habana construía, evaluaba o destruía carreras.
Aunque se destaca ese florecimiento de mediados de los cincuenta, algunos autores ubican su momento de gran despegue alrededor de las décadas del veinte y treinta del siglo XX, debido a la imperante Ley Seca en Estados Unidos, situación en la que Cuba permitía los disfrutes prohibidos.
Al decir del escritor Enrique Cirules, todos sostenían el Imperio de La Habana.
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